viernes, 21 de agosto de 2009

De el agua a las estrellas

Ayer bajamos al río. A Alex le encanta. Vamos a una poza donde antes no había nunca nadie y ahora la cosa parece una escena surrealista. No es que haya mucha gente, pero está apelotonada... Para completar la escena, cuatro o cinco personas pescando dentro del agua adoptando poses muy profesionales mientras los críos danzan entre ellos. A veces uno duda de si quieren pescar algún pez o algún niño que se les ha escapado.

Ya digo que se junta un montón de gente de lo más variada, y entre tanta, te encuentras algún especimen que le hace falta dos pasaditas. Volviendo de bañarnos, nos cruzamos con dos chicas. Ven a Alejandro y comentan entre ellas: "¡Qué monada!" "Será adoptado, ¿no?" "Claro". Claro. Me dieron ganas de responderles lo de la serie Friends: "Lo cierto es que es hijo mío. Lo que sí que no tengo ni idea es quién es la madre". Me contaba Marián que cuando Alex aún iba en el cochecito, se lo oyó dos o tres veces.

Esas cosas fastidian, con todo mi cariño a los padres e hijos adoptivos. Pero este es nuestro cien por cien. Y si bien por un lado uno se siente orgulloso de tener un hijo tan guapo que al parecer no puede ser nuestro, por otro fastidia un poco la duda sobre la existencia de unos genes tan impresionantes (modestia aparte).

Para compensar, por la noche cogimos la tienda de campaña y nos fuimos a cenar y dormir a un monte cercano, junto a un cortado desde el que se puede ver el pantano y un par de pueblecitos. Alex estaba eufórico. Cenó feliz a la entrada de la tienda, junto con nosotros.

Cuando ya había oscurecido, desapareció de repente con nuestro perro para explorar los alrededores. Al poco volvió, me cogió de la mano y me llevó a un sitio desde el que se veían perfectamente las luces de los dos pueblecitos y los de la presa. En silencio, me miró. "Es bonito, ¿verdad?" "Tí", me respondió. Despues me señalo las estrellas, un cielo maravilloso. Y soltó un grito de emoción y felicidad. Ya habiéndo compartido sus descubrimientos, me llevó de la mano hasta la tienda para dormir.

Son increibles.

jueves, 20 de agosto de 2009

En medio del monte


Alex, Marián y yo estamos en una aldea desierta perdida en medio del campo.  La única forma de llegar es por una carretera de tierra que en algunas circunstancias resulta impracticable.  Alejandro está durmiendo la siesta del borrego, y dentro de un rato, a comer...  ¡Y cómo!.  Quién iba a decir que este niño iba a comer literalmente a dos manos...

Le hemos puesto una piscinita fuera de la casa, para que se refresque en las horas de más calor. Pero como está hecho un mocetón del norte, incluso cuando cae la tarde y nos tenemos que poner algo de abrigo, el insiste en continuar con el baño...

No ve la televisión (no hay, y lo más cercano es poner alguna película en el ordenador, y eso sólo cuando oscurece), así que sus principales distracciones son la lectura (de acuerdo, aún no lee, pero pone mucha atención), incordiar todo lo posible al perro y darse largos paseos.  Si puede ser con su papá o su mamá, mejor.  Pero si no, él solito.  Así que tenemos que estar ojo avizor.

Tiene también una moto pequeñita.  No de esas que tienen batería.  Ni siquiera pedales.  Una que funciona "a pata".  Y antes de ayer tuvo su primer accidente de tráfico.  Le oí llorar.  Salí y le encontré a mitad de una cuesta.  La moto en el suelo y el sentado aobre una piedra, la cabeza entre las manos.  Le pregunté qué le había pasado.  "¡¡¡Broooom, pum!!!"  Todo escenificado.  Le dije:  "Súbete y te ayudo" "¡Nooooo!" "Bueno, papá sube contigo" "¡Nooooo!" "Pues subo yo sólo" "¡Nooooo!" "¿Qué pasa? ¿Es peligroso?" "¡Tííííííííííí!".  Al final le convencí y se subió, aunque con cuidado.  Ya no se volverá a caer, al menos en el mismo sitio.  Y no le ha cogido miedo a la moto.  Cómo tampoco le ha cogido por ahora miedo a la oscuridad, aunque cada ruido extraño que oye nos hace guardar silencio, señala su oido con el dedo y nos da una explicación de lo sucedido.  Que le entendamos o no, es nuestro problema.

Ayer vinieron dos amigos con su hija de tres años.  Fué un día estupendo para los adultos, pero los niños disfrutaron de lo lindo.  La capacidad de comunicación que tienen es envidiable.  Y la falta de sutilezas.  Van a lo que van y lo que quieren lo dicen sin tapujos.  No se preocupan del qué dirán, y aunque a veces puedan hacer algo que está mal (como acariciar a la otra personita con tanto ardor e ímpetu que llegan a tumbarla) no dudan en pedir disculpas a su manera...  

Hala, otro día  más.